Últimamente me estoy dando cuenta de la cantidad de gente que hay enfadada en el mundo, o de la facilidad que tenemos para hacerlo. Cuando una persona muestra una opinión diferente a la nuestra los de su alrededor no se limitan a rebatirla o intentar comprenderla, sino que directamente pasan al enfado. Incluso cuando nos dicen una opinión que compartimos, si no lo hacen con los matices o las palabras adecuadas nos enfadamos también.
Hace poco, en sesión clínica, una pareja coincidía en las pautas de educación para sus hijos. Cuando el marido dijo lo mismo que su mujer, para mostrar su acuerdo con ella, esta le recriminó: “¡Pues si eso es lo que he dicho yo!” En vez de asentir con la cabeza en señal de aceptación.
Ocurre igual cuando vamos conduciendo. Todos sabemos que cometemos errores, que a veces el semáforo se pone en verde cuando tenemos la cabeza en otro sitio, que en ocasiones no estamos seguros de la velocidad a la que viene el coche en el cruce y preferimos dejarlo pasar a arriesgarnos a tener una colisión. No digo que tocar el claxon sea inadecuado, de hecho apoyo que se haga, ya que si no podría pasar que el semáforo volviera a ponerse rojo de nuevo, o que tuviéramos un golpe por el despiste del otro conductor pero ¿es necesario que nos enfademos tanto, que lo insultemos y nos acordemos de la pobre de su madre?
Ocurre igual cuando vamos conduciendo. Todos sabemos que cometemos errores, que a veces el semáforo se pone en verde cuando tenemos la cabeza en otro sitio, que en ocasiones no estamos seguros de la velocidad a la que viene el coche en el cruce y preferimos dejarlo pasar a arriesgarnos a tener una colisión. No digo que tocar el claxon sea inadecuado, de hecho apoyo que se haga, ya que si no podría pasar que el semáforo volviera a ponerse rojo de nuevo, o que tuviéramos un golpe por el despiste del otro conductor pero ¿es necesario que nos enfademos tanto, que lo insultemos y nos acordemos de la pobre de su madre?
Quizás esta falta de empatía con los demás sea debida al individualismo extremo al que nos aferramos cada día más, unido al factor de comparación al que se incita cada vez desde edades más tempranas. Esta tendencia a la comparación con los demás sólo lleva a la creencia de superioridad sobre las personas que han cometido un error o no lo han hecho tan bien como nosotros, y a la envidia sobre aquellos que sí lo hicieron, que nos lleva a enfadarnos con todo el mundo por una razón o por la otra. Quizás, como dice Albert Ellis, si dejásemos de valorar a las personas en su totalidad en función de las cosas correctas o incorrectas que hacen, seríamos muchos más felices y tendríamos menos perturbaciones emocionales. De entrada, al menos yo creo que nos enfadaríamos menos, y la verdad es que no hay nada más saludable que pasar un día entero sin enfadarse.
1 comentario:
eso se llama soberbia y falta de respeto hacia los demas,en esta sociedad que vivimos lo que sobra es la mala educacion
un saludo...me gusto tu blog
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